Nuevamente inspirado en el “Poverello” de Asís, el Papa Francisco centra su última carta encíclica, Fratelli Tutti, en las relaciones con los otros. Con Laudato Sí ya lo había hecho respecto de las relaciones con el entorno natural. Con ella y su carácter social, quiere recordarnos que los seres humanos somos esencialmente relacionales.
También nos relacionamos con Dios, con las cosas y con nosotros mismos. Por supuesto, con niveles de relación bien distintos. Con Dios hay una relación de filiación: somos sus hijos, Él es nuestro Padre. En tanto con las cosas, tenemos dominio y señorío pues son medios y no fines en sí mismos. Finalmente, con nosotros mismos debe surtirse el equilibrio entre conocimiento, aceptación, autoestima, eso que llamamos el autoconcepto.
Con Laudato Sí y con Fratelli Tutti, Francisco recuerda que son relaciones de respeto profundo y fraternidad: si es el hermano sol, el hermano lobo o el hermano viento, con cuánta mayor razón con el hermano y la hermana de carne y hueso, imágenes de Dios mismo. Viene a la mente el apóstol Juan (Cfr. 1 Jn 4, 20) cuando hace caer en cuenta que todas estas relaciones están mutuamente imbricadas: “Quien dice que ama a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso, porque ¿Cómo puede amar a Dios a quien no ve, si no ama a su hermano a quien sí ve?” O el mismísimo mandamiento del amor que pide “amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo” (Cfr. Mt. 22, 37-39) Todo está conectado con todo.
La propuesta no es romántica ni dulzarrona. Con el método de ver-juzgar-actuar, el texto papal comienza por evidenciar la realidad de un contexto que resulta interpelante. ¿Estamos simplemente amontonados unos con otros donde cada uno va por su lado, o podemos soñar juntos la construcción de un mundo mejor para todos? Tantos golpes a lo largo de la historia que parecían habernos convencido de la necesidad de unirnos y ser mas solidarios en una cultura del encuentro, en simultánea paradoja muestran también la realidad de los afanes egoístas y de la cultura de la exclusión y del descarte. Cada vez más cerca, pero cada vez más solos. Más riqueza para unos pocos y más pobreza para la mayoría. El panorama es dramático pero no hay razón para perder la esperanza.
El palindromo “reconocer” es apremiante como tarea después de leer el apartado sobre la parábola del buen samaritano y que ilumina desde La Palabra, la situación previamente descrita. El herido estorboso en el camino, los que pasan afanados e indiferentes, los pueblos enemigos que no se toleran, el que rompe con los estereotipos sociales y la xenofobia y atiende a su prójimo más allá de la repulsión a hacerlo, son lecciones de vida que proporcionan claves de comprensión para saber cómo proceder hoy día, sin excusas, sin ideologizaciones. El asunto es salir de sí mismo, incluso de la zona de confort que le brinda su ghetto y dar-se, proyectarse, buscar relacionarse fraternalmente. Es la auténtica puesta en práctica del mandamiento del amor.
Así las cosas, el llamado a hacernos más sensibles, más solidarios, más humanos, cuando estás palabras pueden sonar trilladas y perder su profundo sentido, es en el fondo un llamado a que la familia vuelva a ser ese primer referente de principios y valores; a la escuela para que forme la conciencia crítica; a la sociedad para que a través de la cultura y los medios de comunicación fortalezca esos valores y sirva sin sesgos ideológicos y a nivel de la comunidad internacional para que no se permitan esas odiosas discriminaciones que atenten contra el sentido de fraternidad universal y se construya un nuevo ordenamiento jurídico, político y económico.
Que todos seamos hermanos debe ser una verdad encarnada y no una mera abstracción. Por eso su recurrente preocupación por los migrantes para que sean tratados dignamente como ciudadanos, de modo que se vea su presencia como un don y no como un peligro. Armonizar los ámbitos locales y globales, ayudará en ese propósito, pues en tanto no se tenga clara identidad de lo propio no se podrá uno abrir a dialogar con otros. Ser conscientes de que unos con otros nos necesitamos, que no podemos sobrevivir solos, es clave vivirlo en las realidades locales pero también a nivel mundial.
La mejor política, esa que promueve el servicio del verdadero bien comun, es el camino para lograr el objetivo de la amistad social y la fraternidad universal. Su verdadera preocupación es el pueblo y sus necesidades, su mayor estrés no es la caída de las encuestas sino no lograr superar la exclusión social. Dejar atrás los mezquinos intereses populistas del que se busca a sí mismo aprovechándose de los otros, significa que el auténtico cambio radica en el corazón del hombre que hace posible ese bien comun: ofrece la posibilidad de un trabajo digno más que asistencialismos, apela a la fuerza del derecho y no el derecho de la fuerza, tiene una visión integral e interdisciplinar, de modo que resulta siendo una vocación de altas calidades, una de las formas más preciosas de la caridad.
El diálogo: no los monólogos entre sordos, es acercarse, mirarse, conocerse, escucharse, comprenderse respetuosamente… es clave para la fraternidad. Debe buscar siempre la verdad y hacerse con amabilidad.
Los caminos del reencuentro: en un mundo cargado de heridas y conflictos, se necesitan artesanos de paz que ayuden a ese reencuentro, no para volver al pasado sino para lograr sanacion con creatividad e ingenio, con verdad, memoria, perdón sin olvido y reconciliación. ¡Nunca más la guerra! No a la pena de muerte.
Finalmente, sobre el papel de las religiones, es claro que su servicio debe ser a la fraternidad mundial y a la justicia social. Las conciencias están anestesiadas, alejados los valores, prima el individualismo y el materialismo. La Iglesia respeta la política, pero no se relega al ámbito de lo privado. Valora la acción de Dios en las otras religiones, pero no puede callar el Evangelio, ni aprobar la violencia fundamentalista. Estas líneas han querido ser un aperitivo para que se animen a leer FratelliTutti, una forma de vida con sabor a Evangelio.