Eduardo Mendieta observó que lo religioso no está presente en la sociedad solo como piedad, devoción, prácticas religiosas y la pertenencia a las iglesias. No, “La cuestión de la religión está otra vez en el primer plano del pensamiento crítico precisamente porque en ella cristalizan alguna de las cuestiones graves y acuciantes del pensamiento social”. Mendieta lo dice en el prólogo del lúcido libro de Habermas Jerusalén o Atenas, en el que mismo Habermas confirma que “el lenguaje religioso lleva consigo contenidos semánticos inspiradores, es decir, que nos resultan imprescindibles, que escapan a la capacidad de expresión del lenguaje filosófico y que se resisten todavía a quedar traducidos a discursos racionales”. Es que si Atenas fue casa de los discursos racionales y científicos aclimatados en Occidente, Jerusalén y Oriente son manantial de sabiduría humana en términos de saber ser y actuar, saber vivir y amar, saber se en comunidad y en libertad, saber convivir en la justicia y en la paz.
En efecto, ¿qué es paz que no sea el resultado de la justicia?¿Qué es justicia que no sea justicia estructural?¿Qué es justicia estructural que no sea resultado de la justicia teologal? El mártir de la justicia y de la paz en El Salvador lo expresó meses antes de ser asesinado: “La paz en la que creemos es fruto de la justicia: los conflictos violentos, como lo muestra un simple análisis de nuestras estructuras y lo confirma la historia, no desaparecerán hasta que desaparezcan sus útimas raíces. Por lo tanto, mientras se mantengan las causas de la miseria actual y se mantenga la intransigencia de las minorías más poderosas que no quieren tolerar mínimos cambios, se recrudecerá más la explosiva situación y, si se quiere seguir usando la violencia represiva, desgraciadamente no se hará mas que aumentar el conflicto y hacer menos hipotético y más real el caso en el cual el recurso a la fuerza, como legítima defensa, podrá ser justificado. Por eso creemos que esta es la tarea más urgente: la construcción de la justicia social”.
No cabe legitimar espacios intermedios de violencia fraticida para imponer, supuestamente, la justicia y la paz como fruto de la violencia misma: “Está haciendo mucho mal a nuestro pueblo esa violencia fanática que casi se hace ‘mística’ o ‘religión’ de algunos grupos o individuos. Endiosan la violencia como fuente única de justicia y la propugnan y practican como método para implantar la justicia en el pais. Esta mentalidad patológica hace imposible detener la espiral de la violencia y colabora a la polarización extrema de los grupos armados”.
Los grupos armados, en el supuesto de que su interés conectara con la justicia y con la paz social, deberían ser conscientes de que la mentalidad patológicamente violenta genera tan solo ulterior represión social, polarización de las hegemonías políticas y económicas.
Los resultados fallidos en 70 años de violencia armada no pueden hacer suponer resultados satisfactorios para los próximos 50. Por el contrario, los ríos de sangre, las siniestras masacres, el desconsuelo de viudas huérfanos, los desplazamientos forzosos, el sufrimiento atroz de 50 millones de colombianos pudieran, al final, transmutar su estupidez y sin sentido, si de semejante holocausto social resurgiera una modificación de las conductas, un propósito general de la enmienda, una nación diferente, una patria más justa, más libre, más participativa y fraterna, una reforma estructural para una paz social.
A ese objetivo deberían estar orientadas las ulteriores negociaciones del conflicto, las mesas de concertación, las indeclinables reformas sociales y el desarme general tanto de la violencia armada como de la virulencia social generalizada y, por supuesto, el estallido ensordecedor de la terrible violencia verbal. Ningún credo religioso y mucho menos la revelación de Dios el Jesucristo podrán procesarse al margen de la reforma para la justicia social que es cimiento único de la paz real.