“Usa un tapabocas, no seas bestia” Immanuel Kant, 2020, probablemente.
Lo que no sabemos acerca de las máscaras y tapabocas es casi tanto como lo que si sabemos. Una máscara N95 bien ajustada puede ser muy efectiva a la hora de proteger a la persona que la lleva de ser infectada por los demás, al igual que protege a los demás de ser infectados por el portador. ¿Pero que hay de los tapabocas quirúrgicos, o las máscaras de tela? La información que tenemos en este momento sugiere que hacen un mejor trabajo protegiendo a los demás que al portador. En el contexto de una pandemia esto se vuelve una cuestión de responsabilidad social: si todo el mundo lo hace, todos estamos mejor. Pero ese es el problema, convencer a la gente de hacer algo que no los beneficia directamente.
Hay un problema cultural detrás de la resistencia a las máscaras. Desde hace décadas los países orientales se han dado cuenta del beneficio del uso de las máscaras en lugares públicos muy concurridos, para proteger a la población más vulnerable (los viejos, los enfermos, y los niños) durante la temporada de influenza. Y la gente de esas culturas siempre ha visto con horror como en Occidente nos resistimos a una medida tan sencilla.
El problema es de individualismo: estamos en una sociedad que valora el beneficio personal por encima del beneficio de la sociedad entera. Solo hace falta ver una intersección de dos carriles para evidenciar como el conductor promedio prefiere ganar medio minuto volteando en doble fila en lugar de esperar su turno en un solo carril, colapsando toda la intersección. Es la mentalidad que alimenta desde cosas sencillas como no botar basura en la calle, hasta la corrupción a nivel estatal. Es la falta de conciencia de que uno, quiéralo o no, es parte de una sociedad.
Una realidad en salud pública es que los problemas más grandes requieren soluciones sencillas, generalmente desde la educación. Un sinfín de intervenciones dependen de la educación, como la dieta, el ejercicio, la vacunación, la cesación del tabaquismo, etc. Pero el individualismo ha generado resistencia a estas intervenciones, y a veces hasta movimientos en contra de ellas, como el movimiento anti-vacunación. Y las máscaras están cayendo en ese mismo triste agujero.
Es muy triste ver que haya resistencia a medidas tan sencillas como usa una máscara, lavarse las manos, y evitar aglomeraciones. El problema es generar conciencia de que no es algo que se hace para el bien propio, de inmediato, si no para el beneficio de la sociedad en general, de la que uno es parte.
Es una discusión de ética. La verdadera pregunta debería ser: ¿Si todo el mundo se comporta como yo lo estoy haciendo, sería un buen escenario? Kant nos mostró en sus Fundamentos de la metafísica de la moral (Grundlegung zur Metaphysik der Sitten, 1785) que cuando se reflexiona generalizando el propio comportamiento se puede llegar a principios éticos sólidos. Es el famoso imperativo categórico: “Yo nunca debo de actuar excepto en una manera que […] pueda convertirse en una ley universal”.
Y en este caso de las máscaras es evidente la respuesta. Y es igual a la hora del lavado de manos y evitar aglomeraciones. Otra forma de formular la pregunta es: ¿me gustaría que mis seres queridos vivan en una sociedad donde todos hacen lo que yo estoy haciendo? A veces la perspectiva de los seres queridos es mas poderosa que la de uno mismo.
Y después está la respuesta de los pocos que creen que las medidas de salud pública son una afrenta a sus derechos personales. Es poco lo que se puede discutir con ese segmento porque la disonancia cognitiva los hace invulnerables a la razón. A esos pocos es mejor dejarlos ser y esperar que su irracionalidad, que generalmente proviene de extremos políticos o religiosos, se resuelva sola (lo que puede tomar décadas).
En resumen, no sabemos mucho, lo poco que sabemos es que máscaras, jabones, y distancia social probablemente funcionan, y lo hacemos por los demás, no por nosotros mismos.