En 1633 Galileo Galilei fue llevado ante el Santo Oficio, el tribunal de la inquisición romana, para dar explicaciones por haber escrito en un libro que el sol era el centro del universo y no la tierra, en abierta oposición a las creencias de la iglesia católica que defendía y promulgaba una teoría geo céntrica. La pena fue obligarlo a abjurar su doctrina ante el tribunal. El Santo Oficio quería que Galileo se retractara y dijera lo que el mismo tribunal de la inquisición consideraba como su “verdad” para ser consecuente con su doctrina, consignada en las Sagradas Escrituras.
Guardadas las obvias diferencias que existe entre un tribunal eclesiástico creado en la Baja Edad Media, y tribunales, comisiones, comités, medios de comunicación y redes sociales del siglo XXI, es importante mirar un fenómeno que esta ocurriendo en la sociedad que, nos remonta inevitablemente a momentos que la humanidad creía superados y olvidados para siempre.
El sacerdote Francisco de Roux SJ, presidente de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición, le exige que se retracte a Juan Carlos Pinzón, uno de los sesenta y ocho (68) Ministros que tuvo el presidente Juan Manuel Santos durante su gobierno, por haber dicho: “El país requiere verdad y reconciliación. La Comisión, no es creíble para toda la sociedad. Tiene visión sesgada. Mayoría de los comisionados registran afinidad ideológica o nexos con grupos armados. Se debe ampliar e incorporar nuevos miembros que den balance y confianza.”
A lo que respondió el sacerdote De Roux SJ: «Esa afirmación es contraria a la verdad, deslegitima a la institución y pone en peligro la vida de los Comisionados y de todos los miembros de la entidad. Ante estos daños graves, la Comisión exige (a Pinzón) una retractación pública“.
En los dos casos aparece el concepto de la propiedad del monopolio de la verdad. Y la retractación o abjuración como la formula mas expedita para lograr que solo exista la misma verdad de los que se creen los propietarios de su monopolio. Contrario al fomento del espíritu critico, al disenso, a la sana confrontación de las posiciones ideológicas, al debate de las ideas, a la formación del criterio propio de manera libre y sin imposiciones que siempre me inculcaron durante mi formación, los jesuitas como el padre De Roux SJ.
La captura en flagrancia del fiscal de la JEP, Carlos Julián Bermeo cuando recibía un soborno para que dejara en libertad a Seuxis Pausias Hernández alias “Jesús Santrich” como efectivamente ocurrió porque, según la JEP, no se pudo probar que el año 2017 había sido posterior al año 2016, año en el que se firmó el Acuerdo de Paz con las FARC, lo que creó enormes interrogantes sobre la imparcialidad del tribunal e hirió de muerte la credibilidad y confianza de los colombianos sobre las decisiones que pueda tomar en el futuro (en caso de seguir existiendo).
Sin embargo para la abogada Patricia Linares, directora de la JEP, la pérdida de credibilidad, de legitimidad y de confianza en la JEP al interior de la sociedad civil colombiana, no esta asociada a hechos bochornosos como los del fiscal Bermeo sino que responde a mentiras difundidas en las redes sociales con el objetivo de crear un ambiente hostil y hacer que la mayoría exija su cierre por considerarle un tribunal corrupto, parcializado y poco eficiente.
Todo eso ocurre en el micro cosmos de las redes sociales colombianas, consideradas por algunos como una especie de oráculo contemporáneo en el que se define el destino de la nación con base a la opinión de una persona que sobrestima su capacidad de influir y subestima la capacidad intelectual de sus seguidores. Incluso los locutores y los presentadores de los noticieros de la televisión privada (con audiencias que no superan el 1,5% de la población), presentan los resultados de encuestas que hacen sobre temas trascendentales del acontecer nacional, como políticas publicas que debe adoptar el gobierno con base en la opinión del 0,001% del total de la población.
En un acto de megalomanía virtual la estructura corporativa de las redes sociales implantó “Tribunales de la Verdad” que, como en el Santo Oficio medieval, son los dueños absolutos del monopolio de la verdad. Que dicho sea de paso, debe ser la única verdad que acepte la doctrina de los miembros del mismo. Al igual que florecen plataformas con la misión de validar si alguien dice la verdad o si dice mentiras, para poder descalificar y silenciar a los que dicen algo diferente a la agenda política de los censuradores virtuales.
«En un acto de megalomanía virtual la estructura corporativa de las redes sociales implantó “Tribunales de la verdad” que, como en el santo oficio medieval, son los dueños absolutos del monopolio de la verdad»
Una empresa líder en el monitoreo de las redes sociales, especializada en hacer estadísticas y poder convencer a los incautos grandes anunciantes sobre las bondades de pautar en las mismas, creó sus propios estándares. Alguien que tenga 50.000 seguidores es considerado por ellos como un “gran influenciador”. Y el que tenga más de 100.000 llega al nivel de celebridad o medio de comunicación. En un país con la población de Colombia, por ejemplo, un “gran influenciador” es una persona a la que sigue, solamente, el 0,1% del total de la población. Y eleva al grado de “celebridad” a la persona que es seguida por el 0,2% del total de colombianos.
Según las pruebas PISA de la OCDE, los jóvenes colombianos no saben leer de manera crítica. Es decir, leen, pero a partir de esa lectura no pueden realizar un análisis, ni confrontar lo leído con otro texto, y menos, producir un nuevo texto a partir de lo leído. Lo que les impide formarse un criterio propio. Tal vez por eso los videos que publican en YouTube son los más vistos por los jóvenes, y es la red social más usada en Colombia.
En YouTube, sin embargo, en la categoría de “influenciadores políticos” el que más seguidores tiene, no sobrepasa al 1,23% del total de la población. Eso en términos cuantitativos. En términos cualitativos, esos influenciadores empezaron a “influir” cuando apenas cursaban estudios de pregrado, mientras que los más experimentados son humoristas de profesión, actrices en el ocaso de su carrera y artistas venidos a menos.
Probablemente por esas razones cualitativas y cuantitativas lo que se ha visto en el mundo real es la poca o nula relación entre el mensaje progresista de los influenciadores políticos y la verdadera orientación política de la gran mayoría de los jóvenes colombianos que, dista mucho del discurso anacrónico, incoherente y trasnochado de la extrema Izquierda.
El presidente Donald Trump habló de la “vasta mayoría silente”. Esa mayoría que no tiene cuenta en las redes sociales. La que mira con estupor la vorágine de violencia, corrupción, injusticia, incompetencia, grosería e ilegalidad que están mostrando los líderes de Izquierda en el mundo. La vasta mayoría que ha sido humillada, estigmatizada y silenciada por los que se creen dueños de la verdad que, desde su superioridad, en un acto condenable, cuestionan la inteligencia de los que no comparten su verdad. Y a los que se atreven a hablar, los acusan de promover un discurso de odio, “polarización”, y ahora, de racismo. Lo que ha generado un efecto “boomerang” que se empieza a manifestar en un creciente número de lugares alrededor del mundo.
Por su discurso supremacista, por estar sumidos en su verdad y atrincherados en su microcosmos de las redes sociales, la Izquierda, no ha tenido la capacidad de reconocer sus errores y las fallas en su estrategia que, sumado a monumentos vivos al fracaso de su ideología como Cuba, Venezuela, Corea del Norte o la China Popular, los condena a ser una minoría para siempre. Elon Musk ya lo dijo: “Left is loosing the middle” (la Izquierda está perdiendo el Centro).