El alza en los precios de los bienes que Colombia exporta traerá mayores ingresos en dólares.
Ha pasado semana y media desde cuando las tropas rusas entraron de lleno en territorio de Ucrania y ya el balance de pérdidas es enorme. Para comenzar, los reportes de muertes superan los 10.000 entre tropas invasoras, defensoras y civiles, víctimas del bombardeo indiscriminado ordenado por Vladimir Putin, una macabra suma que seguirá aumentando día a día, por tiempo indefinido.
Aparte de lo anterior está la destrucción de la infraestructura física y productiva o de incontables casas y edificios. Ello se suma al cese obligado de actividades en el que era un país pujante y ahora es el epicentro de la peor crisis de refugiados en la historia reciente de Europa.
Pero el balance parcial de pérdidas no termina ahí, debido a que existe un desplome económico no de una, sino de dos naciones. Tras las fuertes sanciones impuestas por Occidente, Rusia se aproxima al abismo, debido a que no solo sus bancos quedaron imposibilitados para hacer operaciones con el resto del mundo, sino que el comercio exterior está paralizado, pues unos no pueden y otros no quieren hacer negocios con Moscú.
Un cálculo preliminar habla de una contracción del 11 por ciento en 2022, pero la cifra puede quedarse corta en la medida en que el escenario actual se prolongue. Sea o no amigo del régimen, el ciudadano promedio sentirá el hundimiento del rublo o el cierre de operaciones de numerosas compañías, que se traducirá en mayor desempleo.
Réplicas por doquier
Y los efectos de la guerra se comienzan a notar en todas las latitudes. Para el banco JP Morgan, el crecimiento global de 2022 será menor en un punto porcentual, en promedio, mientras que la inflación será un punto porcentual más alta, en comparación con los pronósticos de enero.
El caso más claro de los trastornos causados es el del mercado de bienes primarios, en donde las cotizaciones subieron con fuerza. Así sucede con el trigo, que, en comparación con los niveles que tenía a mediados de febrero, vale ahora un 50 por ciento más, algo que golpeará a los consumidores en los cinco continentes.
La lista es mucho más larga e involucra a múltiples industrias. Desde el gas neón, que se usa para hacer semiconductores, hasta el paladio, clave en los convertidores catalíticos que utilizan los vehículos para reducir emisiones de gases contaminantes, pasando por la potasa, fundamental en la fabricación de fertilizantes, cuestan mucho más ahora.
No obstante, la atención está centrada en los hidrocarburos. Basta con hacer cuentas rápidas para darse cuenta de que una suspensión de los suministros rusos ocasionaría trastornos de marca mayor, pues no hay oferta alternativa que compense un faltante tanto en gas natural como en petróleo. En lo que atañe al primero, el dolor de cabeza sería para el Viejo Continente, que necesita el combustible que le vende Moscú para generar energía.
Cómo salir de un proveedor que surte casi el 40 por ciento de la demanda europea es motivo de intenso debate. Mientras se desarrollan alternativas, hay un esfuerzo para acumular inventarios con miras a la próxima temporada invernal, mientras los ciudadanos deben pagar cuentas más elevadas por el servicio de electricidad.
No menos sencillo es lo que puede pasar con el crudo, en caso de que se reduzca sustancialmente una oferta rusa que hoy se acerca a los 11 millones de barriles diarios. Aunque aquí entrarían múltiples elementos en juego –como el regreso de Irán al mercado–, JP Morgan sostiene que un barril a 185 dólares es factible en el futuro cercano, al menos durante un periodo corto.
Incluso si eso no ocurre, los impactos ya se están viendo. El barril de la variedad Brent está cerca de los 120 dólares, un incremento de 75 por ciento con respecto al nivel de hace un año. Aunque la capacidad de extracción no se ha visto afectada, cada vez menos compañías y países desean hacer negocios con Rusia, que tiene dificultades serías para descargar sus tanqueros en la mayoría de los puertos.
Realidades locales
Lo sucedido en estos últimos días ha tenido claros efectos en Colombia. Después de que al comienzo del año el dólar se mantuviera por encima de los 4.000 pesos, a mediados de la semana pasada llegó a ubicarse por debajo de los 3.800 pesos, con probabilidades de disminuir más.
Si bien el riesgo político asociado a las elecciones presidenciales continúa presente, el balance de fuerzas entre circunstancias internas y externas cambió en forma radical.
Dicho en una frase, los analistas ven una llegada de divisas mucho mayor, por cuenta de una bonanza de cotizaciones que nadie anticipaba y que va más allá de los hidrocarburos.
En concreto, los tres primeros renglones de las exportaciones colombianas –petróleo, carbón y oro– registraron incrementos significativos en sus precios, al igual que el níquel. Como lo señala Juan Camilo Nariño, presidente de la Asociación Colombiana de Minería, “hay una crisis en el abastecimiento de minerales que ha ocasionado una gran volatilidad en los precios, impulsándolos en algunos casos a máximos históricos durante esta semana”.
Hacer cuentas precisas sobre una realidad llena de incógnitas es imposible. Nadie sabe el curso de los acontecimientos, ni mucho menos puede hablar de una normalización eventual. Incluso si se diera un repliegue de fuerzas muy pronto, pasarán meses antes de que la desconfianza cese y se reestablezcan vínculos de diferente orden, como los comerciales.
A pesar de los interrogantes, todo apunta a que las exportaciones colombianas superarán con facilidad los 41.224 millones de dólares contabilizados en 2021. El año pasado, las ventas de petróleo y sus derivados llegaron a 13.348 millones de dólares, mientras que las de carbón (térmico y siderúrgico) fueron de 5.256 millones.
Por su parte, las de oro alcanzaron 3.140 millones de dólares y las de níquel, 528 millones, con lo cual esos cuatro renglones sumaron 22.272 millones. Pensar que ingresarán varios miles de millones de dólares más no es descabellado, aun si se usan escenarios conservadores.
Las previsiones tendrían una magnitud muy superior si el país hubiera logrado mantener la capacidad de producción que tenía en 2019. En lo que corresponde al petróleo, la extracción promedio en enero fue de 739.848 barriles diarios, unos 150.000 menos que antes de la pandemia, pues muchos campos que dejaron de ser rentables, cuando el coronavirus derrumbó los precios, no se volvieron a reactivar.
Fuera de lo anterior, el aumento en la capacidad de refinación de crudo y el mayor consumo de gasolina –25 por ciento más que antes del covid-19– reducen los excedentes que se pueden exportar. Mientras que, en 2015, una vez atendida la demanda nacional, el sobrante era de 781.000 barriles diarios, ahora es cercano a la mitad. “Un incremento de los precios internacionales del petróleo no genera en Colombia los mismos efectos positivos que pudo haber propiciado en años anteriores”, dice Juan Pablo Espinosa, director de Investigaciones Económicas de Bancolombia.
A su vez, la explotación de carbón cayó a 49 millones de toneladas en 2021, lejos de los 86 millones de un par de años atrás. La razón es que dos de las cuatro principales minas cerraron puertas definitivamente, debido a las dudas sobre su viabilidad en el largo plazo. Es verdad que con la tonelada por encima de los 400 dólares las cosas se ven muy bien, pero quienes saben del asunto advierten que hay que cuidarse de un espejismo que puede durar poco.
Pensar en un repunte de la producción interna en el caso particular del petróleo es tal vez ilusorio, así el terreno sea algo más firme. Para comenzar, las condiciones de operación se han deteriorado de manera importante en múltiples puntos de la geografía nacional. Bloqueos de las comunidades, dificultad en obtención de permisos o situación de orden público hacen difícil que lleguen inversiones en forma masiva.
Tampoco tenemos una buena carta de presentación cuando algunos candidatos presidenciales se han declarado en contra de la industria extractiva. Aparte de que las cotizaciones sean elevadas, los riesgos también.
Así las cosas, el tamaño de la bonanza será relativamente modesto, sobre todo si se le compara con la observada en 2005 y 2014. Obviamente servirá para aliviar presiones en el terreno cambiario, pues reducirá el enorme déficit que muestra la balanza comercial, pero es mejor no hacer ferias y fiestas.
Gastarse la lotería
Dicha advertencia es todavía más relevante en lo que se relaciona con las finanzas públicas. El notable aumento en los precios de los minerales se traducirá en mayores ingresos para el fisco y en regalías cuantiosas para las regiones.
En números gruesos, por cada aumento de un dólar en el valor promedio de un barril de petróleo, los recaudos del Gobierno central suben en medio billón de pesos en el siguiente año calendario, de acuerdo con los cálculos oficiales. Por simple regla de tres, una mejora de 30 dólares frente al escenario de 70 dólares por barril que planteó el Plan Financiero del Ministerio de Hacienda dado a conocer en febrero daría 15 billones de pesos adicionales en el 2023.
La principal fuente de esos dineros es Ecopetrol, que paga impuesto de renta y dividendos. Basta recordar que en 2021, la compañía –cuyo principal accionista es la Nación– obtuvo utilidades por 16,7 billones de presos con un barril de 71 dólares, en promedio. Ahora semejantes cifras apuntan a ser superadas en este ejercicio.
Semejante perspectiva parecería hacerle más fácil la vida al próximo presidente de la República. Gracias a un ingreso considerable e inesperado será más sencillo cerrar el saldo en rojo de las cuentas públicas.
Lamentablemente, existe también el peligro de que esta inesperada lotería conduzca a malas decisiones. En múltiples ocasiones, el país ha ignorado la regla según la cual ganancias extraordinarias y temporales no deben dedicarse a gastos corrientes, con lo cual tiene que ‘saltar matones’ cuando llega la época de las vacas flacas.
Ese es el motivo por el cual los expertos insisten en la prudencia, así la mayor holgura esperada sea una buena noticia. “El riesgo, por supuesto, estará en la presión del Gobierno para poderse gastar esa bonanza y en los incentivos para aplazar las decisiones necesarias en materia tributaria y de desarrollo productivo, incluyendo la anhelada diversificación de las exportaciones”, subraya Luis Fernando Mejía, director de Fedesarrollo.
“Sería errado pensar que el precio del petróleo por encima de los 100 dólares por barril es una especie de tabla de salvación que nos exime de hacer la tarea pendiente de aumentar los recaudos fiscales con el fin de mantener la casa en orden”, señala el economista Sergio Clavijo. “Este complejo conflicto no nos puede dar un falso sentido de alivio”, añade.
Todo lo anterior obliga a comportarse con cautela. Como señala Juan Camilo Nariño, “si bien podrían mantenerse los precios al alza, también podría ver una contracción repentina y en la misma proporción de la subida”.
Esa es otra razón para recordar la fábula de Esopo sobre la lechera que derramó el cántaro por andar ensimismada soñando. De ahí que sea indispensable manejar esta coyuntura con la mayor responsabilidad, recordando que hay más peligros potenciales que antes, comenzando por el de creer que nos ganamos una especie de rifa a cuenta de las desgracias ajenas.
RICARDO ÁVILA PINTO
Especial para EL TIEMPO
Créditos
Eltiempo.com