Continuando con la intención de resaltar algunos temas que deberían incluirse en la discusión programática de las campañas a presidencia y Congreso, en esta ocasión quiero hacer mención del subempleo, un problema silencioso que no solo afecta el desarrollo económico, sino la salud mental de nuestra sociedad.
Cada vez que el Dane da a conocer los datos del desempleo nos sorprendemos con su comportamiento. A este le gusta crecer, pero es muy rogado para disminuir. De la mano de este dato, habitualmente se nos anuncia acerca de la informalidad, indicador aún más esquivo que el desempleo.
Este, a pesar de todos los esfuerzos, cede muy poco. Sin embargo, hay un tercer dato que pasa sin mucha discusión, el subempleo, que asimilo a sufrir de la tensión arterial alta, una enfermedad silenciosa, que, si no se cuida y controla, no solo nos hace pasar malos ratos, sino que nos puede llevar a la muerte.
El subempleo es una medida del grado de satisfacción que la población ocupada tiene con su trabajo. Este indicador recoge las diferencias entre el nivel de preparación o experiencia requeridas para un trabajo y el que tienen los trabajadores, así como la disposición del trabajador para trabajar más horas que las que en el momento posee.
Tener altas tasas de subempleo implica tener trabajadores insatisfechos, trabajadores que quisieran hacer más, pero el mercado no se los permite. También evidencia la subutilización de los recursos productivos en la economía, en este caso el recurso humano; pero lo más crítico es que el subempleo tiene efectos sobre la salud mental y las habilidades productivas de los trabajadores.
En los datos presentados por el Dane, para el mes de agosto de 2021 se resalta que el país llegó a 12.3 % de desempleo, bastante mejor si se compara con el de agosto de 2020 que llegó al 16.8 %, como efecto de las medidas restrictivas de la pandemia. Pero cuando se revisa el nivel de subempleo, este asciende al 25.6 % de la población ocupada, es decir cerca de 6.3 millones de ciudadanos, el doble de las personas desempleadas.
En 2019, Cerquera, Arias y Velásquez, tres economistas colombianos, trabajaron en los determinantes del subempleo en el país, encontrando que las mujeres, los empleados por cuenta propia (o independientes), y los jefes de hogar, suelen tener mayor probabilidad de estar subempleados; de igual forma, las personas mayores de 60 años suelen tener el doble de probabilidad de estar subempleados. Y los sectores donde más se presenta el subempleo son el comercio, el transporte y el sector agrícola.
De la misma forma, estos autores, retomando un estudio sobre el tema en Chile, resaltan las consecuencias negativas del subempleo: daños en la salud mental de los trabajadores, pérdida de habilidades productivas, disminución de la motivación y el compromiso laboral, menor contribución productiva a la economía y ralentización del crecimiento económico.
Lo anterior refuerza la necesidad de monitorear el comportamiento de esta variable, llevando a preguntarse, si esta tasa implica que 1 de cada 4 ocupados en el país está o se siente subempleado, ¿cómo estará esto a nivel regional?
El Dane, aunque no calcula esta información para todos los municipios, si lo hace para las 23 principales ciudades y áreas metropolitanas. Riohacha sorprende con un 54.5 % de su población ocupada en condición de subempleo, seguida por Cali y el área metropolitana, donde es el 44.8 %, como se puede observar en la gráfica.
El caso de Barranquilla y Cartagena merecen una atención especial. Sus niveles de subempleo son altos, mientras que sus niveles de desempleo son bajos, comparados con el resto de ciudades. Esto abre el debate sobre la calidad del empleo que se está generando en estas ciudades, a fin de reducir las tasas de desempleo.
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