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Hernán Marulanda
Editorial – Septiembre 2020

Coronavirus: ¿Inmunidad a la vista?

Elevado número de contagios aumenta probabilidad de que casos se midan en centenares y no en miles.

Por: Ricardo Ávila Pinto

Yurlenis Moya cuenta que nunca sintió nada raro. Tan solo cuando la doctora que le fue a hacer la prueba para determinar si estaba contagiada de covid-19 en su apartamento de Suba, en el noroccidente de Bogotá, recordó una pequeña carraspera en la garganta que en su momento le atribuyó al frío.

De no haber sido porque su esposo tuvo fiebre alta y tos persistente, jamás se le habría pasado por la cabeza solicitar un test. “Solo cuando recibí el resultado del examen me convencí de que tenía coronavirus, pero mentiría si dijera que estuve enferma o decaída alguna vez”, señala.

Ese caso dista de ser el único. Desde que comenzó la emergencia, los especialistas en diferentes lugares del mundo han llamado la atención sobre la elevada cantidad de personas asintomáticas que no son identificadas como portadoras del mal, a menos que su grupo familiar o laboral sea objeto de atención por parte de las autoridades sanitarias.

Los cálculos varían, si bien el consenso entre los expertos es que se trata de la mayoría de los contaminados por la pandemia. Esta semana, por ejemplo, un amplio estudio hecho en la India concluyó que la proporción de los que registran una afectación menor o ninguna es cercana al 80 por ciento, mientras que otro realizado en el mismo país mostró que es del 92 por ciento.

En Colombia, el índice varía entre 63 y 97 por ciento en los conglomerados analizados. Tanto entre los internos de la cárcel de Villavicencio como en el campamento de trabajadores de Hidroituango, el virus se propagó rápidamente, pero los que debieron recibir tratamiento médico fueron muy pocos.

Una de las anécdotas que más se cita es la de un batallón de 33 soldados en La Guajira. En un control de rutina, a uno de los uniformados se le detectó una fiebre leve con lo cual se ordenó la toma de muestras para el grupo en pleno.

El reporte mostró que todos los militares estaban contagiados, por lo cual la medida adoptada fue la del aislamiento preventivo y nada más. “No hubo que darles ni una pastilla de acetaminofén”, relata alguien que conoció de cerca lo sucedido.

Más de los que se cree

El ejemplo sirve para poner de presente las características de un virus que todavía está rodeado de misterios. Aunque las hipótesis abundan, todavía no es claro por qué mientras a algunos los postra en la cama y a otros los lleva a la muerte, el covid-19 pasa sin dejar rastro entre la mayoría, sobre todo en los menores de 40 años.

Una posible explicación es que haya inmunidades cruzadas, por cuenta de epidemias del mismo origen que generaron defensas en el organismo de un buen número de individuos. Otra es que ciertas vacunas recibidas en la niñez limitan el impacto sobre los pulmones o el intestino. Una más especula con que ciertas poblaciones cuentan con mayores defensas al haber estado expuestas a más enfermedades.

Sea como sea, es una especie de secreto a voces que las estadísticas publicadas subestiman la cantidad de gente contagiada. En lo que atañe a Colombia el modelo con el que trabaja el Instituto Nacional de Salud (INS) muestra que el número de casos positivos sería casi seis veces el de los identificados por las pruebas: en lugar de los cerca de 600.000 contabilizados hasta ayer, el dato real estaría en torno a los 3,5 millones de personas.

Otros estimativos dan magnitudes superiores. Hay quienes hablan de que el margen verdadero frente a lo que dicen los test hasta ahora aplicados podría ser hasta de doce a uno.

Una inferencia más precisa podrá lograrse dentro de unas semanas cuando el INS complete un ambicioso estudio, de la mano del Dane, que comenzará a recabar información a partir del próximo 15 de septiembre. De lo que se trata es de precisar cuál es la tasa de ataque en diferentes centros urbanos, combinando tres métodos distintos para saber quién tiene o tuvo el virus.

La respuesta es fundamental por una razón. Si un número elevado de habitantes de una población determinada ya es inmune a la enfermedad y no actúa como agente transmisor, el número de contagios debería seguir cayendo con relativa rapidez, especialmente si se respetan las normas del autocuidado y las consignas de bioseguridad. La mezcla de uno y otro factor llevará a que la tendencia de descenso en los positivos siga su curso.

Lo que ha pasado en otros lugares puede servir de referente. A comienzos de abril los ojos del mundo se concentraron en la ciudad de Nueva York –en donde viven algo más de ocho millones de personas–, la cual se convirtió en epicentro de la pandemia. Hospitales desbordados y cementerios que no daban abasto para enterrar a los muertos fueron la constante durante varios días.

El balance fue doloroso: 229.518 contagiados y 23.680 fallecidos mostraban las cuentas hasta el viernes. Sin embargo, para mediados de mayo la crisis había quedado atrás. Tanto que la reapertura de la gran mayoría de las actividades no tuvo los rebrotes que muchos temían y que, de hecho, se observaron en diferentes poblaciones de Estados Unidos.

No quiere decir que la amenaza haya desaparecido del todo. El promedio de nuevos casos en la metrópoli supera los 200 diariamente y todavía hay unos cuantos decesos, aunque cada vez más espaciados. Aun así, un informe reciente de ‘The New York Times’ planteó la hipótesis de que la conocida inmunidad de rebaño –que se consiste en que el virus se extingue porque deja de circular ante la ausencia de portadores– podría estar más cerca de lo que se creía.

Pensar con el deseo

Ningún funcionario involucrado en el tema acepta que Colombia se encuentra próxima a dicho escenario, al menos en las capitales más grandes. Los encargados del asunto reconocen que hay poblaciones como Leticia o Tumaco, que podrían haber entrado en esa categoría. Un poco más atrás estarían Cartagena y Barranquilla, junto a sus municipios aledaños. Bogotá se ve algo más rezagada, seguida por Cali o Medellín.

Por otra parte, es claro que, así como existen municipios que dejaron atrás el pico, otros se encuentran en la parte ascendente de la curva. Ese el caso de Cúcuta, Tunja, Ibagué, Manizales, Armenia o Pereira, en donde las cosas están empeorando. Remitirse a las realidades locales es obligatorio y más ahora que la libre circulación por el territorio hará que el virus se extienda con más facilidad que en la época del aislamiento.

En cualquier caso, la expectativa es que la disminución en el número de positivos diarios continuará su marcha. Un modelo cuantitativo desarrollado por los expertos Álvaro Riascos, Juan Carranza y Juan Martin indica que para enero próximo la cantidad de fallecimientos atribuibles al covid-19 en Colombia será cercana a cero. Otro de la Universidad del Rosario muestra que para marzo del año que viene los nuevos casos de contagio se contarán en centenares y no en miles.

Semejante eventualidad traerá otro tipo de desafíos. El más grande de todos es que si la percepción de que el peligro desapareció se generaliza, aquellos que se encuentran en el grupo de mayor riesgo olviden las precauciones, lo cual se puede pagar con la vida. Según el INS, la letalidad entre los mayores de 60 años con diagnóstico de coronavirus es del 16 por ciento, mientras que para los que están por debajo de esa edad el índice es inferior al uno por ciento.

Curiosamente, en el corto plazo el reto es el contrario. Este consiste en conseguir que la mayor proporción posible de actividades se reanuden, para lo cual se requieren no solo los permisos del caso, sino que los consumidores –actuando con responsabilidad– salgan a la calle o que se atrevan a subirse a un avión. “La probabilidad de una disparada exponencial es mucho menor ahora”, recuerda un alto funcionario.

Aunque habrá que esperar unos días antes de saber si el ritmo de la actividad económica repunta, es indudable que no había opción distinta a la reapertura. Tras el cierre de miles de empresas de todos los tamaños y el salto en la tasa de desempleo, llegó el momento de que los engranajes del sector productivo se muevan con mayor rapidez para que el deterioro de los indicadores sociales se detenga.

Para que el ensayo salga bien, habrá que atender varios frentes, incluyendo el psicológico. “Después de llenar a la gente de miedo sobredimensionando el problema para hacer cumplir el confinamiento, ahora será difícil moderar el discurso ajustado a sus reales proporciones para que la población actúe racionalmente y se reactive la vida ciudadana en todas sus dimensiones”, señala la médica epidemióloga Margarita Ronderos.

Esa observación está directamente relacionada con el limbo en el que sigue la educación. Tanto una buena cantidad de maestros como de padres de familia se muestran reacios a que los niños vuelvan a los salones de clase, incluso en un esquema de alternancia o semipresencialidad. El temor es que los menores se enfermen o contagien a profesores y familiares.

Al respecto, la evidencia proveniente de Europa sugiere que el peligro es muy bajo, especialmente respecto a los más pequeños. La Organización Mundial de la Salud señaló está semana que los colegios no juegan un papel central en la transmisión del mal, mientras reconoce que el atraso en habilidades cognitivas y desarrollo de habilidades sociales puede hacer mucho más daño.

Quizás en el país la polémica sería distinta si en estos meses se hubieran hecho pesquisas que dieran información confiable sobre el asunto. Como ese no fue el caso, sigue primando la visión según la cual “ante la duda, abstente”, motivo por el cual los estudiantes siguen sometidos a la virtualidad entre los que cuentan con medios o la educación a distancia para los demás.

Lo anterior lleva a pensar que el país se moverá a distintas velocidades en el futuro inmediato. Es previsible que el descenso en los casos activos va a seguir, por lo cual las preocupaciones del público se concentrarán en la situación general de la economía, el desempleo o el aumento en la inseguridad.

Dado que los contagios pueden reducirse a una fracción de los actuales y que varias ciudades grandes llegarían a una inmunidad de rebaño de hecho, la preocupación por la llegada de una eventual vacuna pasaría a un segundo plano, así sea clave para los más vulnerables al coronavirus. Ello llevará a que las tensiones de antes resurjan, pasando por las manifestaciones en las calles y las muestras de inconformidad popular.

En consecuencia, Presidente, ministros, gobernadores y alcaldes tendrán que retomar lo que puedan de la agenda que dejaron abandonada por culpa de la emergencia y adaptarse a circunstancias mucho más complejas. A fin de cuentas, una cosa es resistir el huracán de la mejor manera posible y otra es comenzar a reparar los inmensos daños que dejó a su paso mientras el viento todavía sopla y la lluvia aún cae.

No faltará entre los gobernantes de todos los niveles aquel que añore esos 160 días de confinamiento obligatorio y toques de queda, en los que la ciudadanía parecía tan dócil. Y eso, aunque injustificable, es entendible. Porque ahora viene el periodo verdaderamente difícil.

RICARDO ÁVILA PINTO
Analista Sénior
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
En Twitter: @ravilapinto

Artículo cortesía de https://www.eltiempo.com/

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