Por Ricardo Ávila Pinto, Bartolino 1977
Los resultados de la encuesta de Calidad de Vida que hace el Dane, dejan en claro que el país progresa pero que tiene muchas tareas pendientes.
Aquellos que creen que Colombia es un país estancado o viene dando marcha atrás, deberían examinar los resultados de la encuesta de Calidad de Vida que hace el Dane y cuyos resultados se conocieron la semana pasada. Con base en las respuestas de 89.522 hogares distribuidos a lo largo y ancho del territorio nacional, la entidad entrega una radiografía única, que debería servirles a los encargados de tomar decisiones para ajustar sus estrategias a múltiples realidades regionales.
Pero más que entrar en casos puntuales, vale la pena señalar que el reporte confirma que seguimos en permanente evolución y que vivimos en una sociedad dinámica, que es muy diferente a la de unas pocas décadas atrás. Así salta a la vista, cuando se observa que las unidades familiares vienen disminuyendo, pues el año pasado el tamaño de las mismas fue de 3,23 personas por lugar de habitación, dos décimas menos que en el 2016. A su vez, los hogares con jefatura femenina representan el 36,9 por ciento del total, es decir dos puntos porcentuales más en el mismo lapso.
La comparación es todavía más sorprendente cuando se contrastan los datos del año pasado con los del 2010. Lo que se observa es una cobertura creciente de electricidad, con mejoras importantes en acceso a gas natural y menos en acueducto y alcantarillado. Quizás el lunar más protuberante es que en lo que atañe a estas dos últimas categorías, se podría hablar de un estancamiento reciente que debería servirle de campanazo de alerta a las autoridades responsables.
Tampoco es bueno el panorama relativo a la cobertura educativa. Así el presupuesto destinado a la enseñanza se ubique en máximos históricos, una menor proporción de jóvenes se encuentra estudiando, ya sea en educación primaria, secundaria o superior. Vale la pena que los encargados del asunto expliquen los motivos de una brecha que indudablemente incide sobre el acceso a las oportunidades de los más pobres.
En cambio, la disminución en los índices de pobreza y la expansión de la clase media se nota en la tenencia de bienes en el hogar. En el 2008, por ejemplo, cuatro de cada diez familias tenían una máquina lavadora y siete una nevera; diez años más tarde las proporciones son 63 y 83 por ciento, respectivamente.
No menos llamativa es la penetración de internet (fijo y móvil) que ascendió a 63 por ciento, nueve puntos porcentuales más que dos años atrás. Curiosamente la posesión de computadores ha retrocedido ligeramente, al igual que las conexiones a servicios de televisión por suscripción. Quienes saben de este asunto señalan que los teléfonos inteligentes son el principal mecanismo para conectarse a la red y que el contenido pago de plataformas como Netflix es una opción cada vez más popular.
Por otra parte, da la impresión de que los colombianos viven ‘alcanzados’. En el 2010, una tercera parte de los encuestados señaló que los ingresos de su hogar no alcanzaban para cubrir los gastos mínimos, un número que subió a 37 por ciento en el 2018. Curiosamente, los que se consideran pobres disminuyeron de 44 a 35 por ciento del total en el mismo periodo. Como nota al margen, vale la pena notar que el dato contrasta con el del 27 por ciento, relativo a la pobreza por ingresos que se conoció el viernes pasado.
Aun así, el nivel de satisfacción con la vida es elevado. En una escala de uno a diez, el promedio nacional es 8,3, aunque si el único lente que se usa es el del ingreso, la nota baja a 6,8. Las regiones a las que les va mejor son las más prósperas, comenzando por Antioquia, el eje cafetero, Valle y Bogotá. Por el contrario, la Orinoquia y el litoral Pacífico muestran una puntuación mucho menor. Ese es el reflejo de las desigualdades de un país que ha progresado sustancialmente, pero que no lo ha hecho de manera uniforme.
Artículo cortesía Revista Portafolio
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