El derecho al disenso es la garantía de libertad y el consenso por una reconciliación social es responsabilidad. Por eso, quizás en desacuerdo con el cómo, todos estaremos de acuerdo con el qué; una imperiosa reforma contributiva para el inaplazable gasto social. Una nueva vigencia presupuestal con rostro social. Un ministerio para promoción de la equidad en especial de la mujer. Una costosa compra de tierras para campesinos sin medios ni horizontes. Unos diálogos vinculantes para planes de desarrollo local. Un servicio de la Fuerza Pública más orientado por la civilidad que por la confrontación. Un comprender que antes que nación y Estado está un país: su gente en un admirable territorio amado al que llamamos patria. Una cadena radial que cambia su habitual eslogan por el lúcido saludo ́primero la gente`. Una Iglesia católica que busca su paso de la pirámide al círculo. Una beatificación de la insigne mujer colombiana, la religiosa salamineña María Berenice Duque Hencker, que durante todos los años de su insigne existencia dio la vida por las gentes de su patria y por la educación y dignidad de las mujeres humilladas y ofendidas.
Hoy pedimos a la nueva beata colombiana ayuda para comprender que el paso primero hacia una patria diferente es la reconstrucción de las personas a partir del dato perentorio de que un país son sus personas y que su no reconocimiento nos ha atrapado en las garras infernanles del impersonalismo, del individualismo, del anonimato, del gigantismo, de los gregarismos propios de sumas numéricas de individualidades cerradas, que pueden vivir sin conocerse y morir sin amarse. Aherrojadas por aparatos institucionales y por enriquécimientos injustos, las personas no hemos tenido espacio para la interrelación, la intercomunicación, la intersubjetividad, el gozoso descubrimiento de la alteridad y reciprocidad.
En segundo lugar, la centralidad de la persona que no se compagina con esa concepción ideológica
desociedaddedesiguales,quehasidoporcenturias una contraposición hiriente de los mas altos ideales y sensibilidades. La desigualdad dice relación con la discriminación social, sexual, racial, cultural, religiosa, económica y política, sobre cuyas bases jamas la persona será tal y la comunidad humana será una quimera.
La posición secundaria de la mujer y la situación de los excluidos por el ordenamiento económico se sienten amparados en una sociedad que practica la lógica de los estratos sociales, el enseñorearse de unos sobre otros, el predominio de roscas y camarillas, oligarquias y aristocracias, diferenciaciones abismales y muros de separación que la malicia humana levanta entre hijos de un mismo padre, miembros de una misma estirpe, participes de una misma fraternidad, corresponsables de una misma historia, habitantes de un mismo suelo.
En el tercer lugar, la sociedad reconciliada no puede confundirse con una realidad monolítica que borre la diversidad de sus miembros. El derecho a la diversidad es reclamo de la genuina humanidad; y una falsa reconciliación no puede suscribir el homicidio moral que recorte la personalidad, niegue la espontaneidad, impida el disenso, menosprecie lo particular, instaure la nivelación, la uniformidad, la “normalidad” y el consiguiente empobrecimiento de lo personal y social. La mundialización, globalización y demás artificios antiguos y nuevos para borrar las legítimas diferencias y particularidades personales y culturales son un capítulo de gran volumen de la dominación disfrazada con pretextos de desarrollo y de progreso.
La comunidad reconciliada se construye sobre la base del principio personal, de la igualdad fundamental, de la diversidad real. Ese alcance es la medida de países reales, de naciones logradas, de Estados no fallidos. Todo lo demás viene después.
Alberto Parra, S.J.