Por Silvio Cajiao, S.J.
Es un hecho, fácilmente constatable, que el Papa Francisco ha dado una impronta inconfundible a su pontificado subrayando el rasgo que él considera más importante de la divinidad respecto a nosotros como sería el de su misericordia.
La convocación a un año santo sobre la Misericordia mediante su Bula “Misericordiae Vultus”, o “El Rostro de la misericorida”, para que todos los miembros de la Iglesia tomáramos consciencia, agradeciéramos, viviéramos y experimentáramos una vez más la infinita gratuidad de Dios cuando ha querido constantemente mostrarnos su amor incondicional bajo este rasgo de la misericordia en el rostro de su Hijo Jesucristo, puesto que conoce nuestra fragilidad.
Así lo dice en el último número de su Carta, que podemos decir es el resumen de la misma, en cuanto que recoje cuál es su propósito, pero al mismo tiempo indica con claridad, cómo lo esencial de la misión de la Iglesia consiste precisamente en ese anuncio:
Si examinamos el lenguaje bíblico sobre la misericordia, encontramos una rica significación en el A.T. que luego será llevada a su plenitud por la revelación en Jesucristo. El término hesed: misericordia hace referencia al mundo de lo afectivo y dentro de la berit: alianza, representa el fundamento sobre el Señor para superar los obstáculos en el cumplimiento del mismo pacto. El vocablo emet: fidelidad, tiene un referente de carácter más de conocimiento de una verdad, pero no tanto de una noción, cuanto de una sabiduría, de una certeza que da el Señor que se declara a sí mismo como El Verdadero, o a la luz del Evangelio de Juan como aquel que es El Camino, La Verdad y La Vida.
La gran misión de Jesús fue mostrar ese rostro misericordioso de Dios su Padre que gobierna el Universo mundo (Reino de Dios) con un amor que se inclina hacia los débiles y frágiles, hacia los pecadores y pobres. La pieza prototípica del Evangelio es la del Padre misericordioso presentado por Lucas 15, que ante la partida del hijo menor lo sorprende a su regreso, cuando con su conciencia acusatoria de la falta por haber perdido el derecho de filiación, recurre a la bondad de tal señor que tenía en su memoria, y con añoranza en su corazón pide perdón. La respuesta justificatoria del padre ante el hijo mayor para explicar su sorprendente comportamiento es que obrando así ha logrado que su hijo muerto haya vuelto a la vida, el perdido ha sido reencontrado y por tal razón vale la pena celebrar, echar la casa por la ventana, diríamos en términos coloquiales. Pero que al mismo tiempo el que se quedó en la casa debe descubrir el rasgo que aún no ha logrado comprender de ese amor misericordioso.
La máxima demostración de su amor tierno y misericordioso que comunica vida de manera incontenible, es precisamente la resurrección de su Hijo Jesucristo quien siendo el garante de ese Dios bondadoso sin límites, porque ha hecho salir el sol sobre buenos y malos, y llover sobre justos e injustos. Pero todo esto ha quedado cuestionado a la hora de su muerte ignominiosa en la cruz: ¿dónde ha quedado el que incluye y da vida a los crucificados de la historia?, ¿Es que ese Dios existe de verdad? Pues existe y al que lo ha comprometido de tal manera en su historia personal, a Jesús de Nazaret, ahora lo reivindica dándole la razón, es verdad ese Dios es su Padre, dador de vida y por eso lo Resucita, lo restituye a la vida y a Él mismo lo constituye en fuente de la misericordia divina. (Cfr. Efesios 2, 4-5).
La aportación anterior al del jubileo de la Misericordia del 2016 fue del Evangelii Gaudium, o La Alegría del Evangelio del año 2013 que también puede ser leída en esa clave de la misericordia.
Alude el Papa en la misma, al lema de su episcopado (lo lleva en su escudo) inspirado en san Beda el Venerable y se lee así: miserando atque eligendo (“lo miró con misericordia y lo escogió”) y que tiene la referencia evangélica en Mateo 9,9 y su elección para ser su apóstol al que era considerado pecador o publicano.
De este modo invita el Papa a que todo fiel cristiano haga primero la experiencia de esa misericordia inagotable del Padre para poderla ejercitar con los hermanos ya que “Dios no se cansa nunca de perdonar; somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia” (No. 3). Quien asume a fondo esta experiencia revitalizadora de la misericordia no puede hacer otra cosa sino proclamarla a los cuatro vientos. Y tomando pie en Santo Tomás de Aquino, el doctor Angélico, dice como este es la virtud por excelencia (No. 37).
Los ministros del sacramento de la reconciliación han de ser por tanto extremadamente delicados para mostrar al penitente ese rasgo de la bondad divina, su amor misericordioso y la consiguiente alegría de la acogida porque “el confesionario no es una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor” (No. 44).
Las bienaventuranzas empujan a este amor misericordioso “Sed misericordiosos como el Padre celestial es misericordioso” porque el hermano es la prolongación de la Encarnación de Jesús para nosotros (No. 179). La misericordia con los demás permite salir triunfantes en el juicio divino porque el que tuvo misericordia, obtendrá misericordia (No. 193). Precisamente porque el Evangelio es un evangelio de la misericordia, la Iglesia escucha el clamor por la justicia y quiere responder a él con todas sus fuerzas (No. 188). Esta actitud lleva a mantenerse en continuidad con la Sagrada Escritura que considera la misericordia con los pobres fuente de santidad y fidelidad al Dios que anuncia (No. 193).
Para el Papa, el Evangelio de la misericordia con el pobre es “tan claro, directo, simple y elocuente” que pide “no complicar lo que es tan simple” ni “oscurecer lo que es tan claro” y advierte de los peligros que tienen los que están preocupados sólo por la ortodoxia sin caer en cuenta de que, muchas veces, se vuelven cómplices de injusticias intolerables y de regímenes políticos que mantienen esas situaciones, por perder ese “camino luminoso de vida y sabiduría” (No. 194). En efecto “a los pobres Dios les otorga su primera misericordia” y por eso “la opción preferencial por los pobres” (No. 198) forma parte de la experiencia cristiana.[1]
Su más reciente exhortación apostólica Amoris laetitia, o “La alegría del amor que se vive en las familias”, corresponde a todo un análisis concienzudo del amor en las parejas y de la constitución de las familias que surge de este vínculo establecido por el mismo Creador, y que por lo tanto es un regalo del mismo Dios. Por tal motivo la Iglesia señala a la familia como el lugar primario para vivenciar el Evangelio, el lugar donde se acoge el mensaje de la Buena Noticia del amor.
Dada la brevedad de este escrito conviene resaltar en el Capítulo IV El amor en el matrimonio el análisis que hace de las virtudes que se derivan del así llamado Himno de la Caridad del Capt. 13 de la 1ra. Carta de San Pablo a los Corintios el dedicado a la Paciencia, en efecto nos dice el Papa Francisco:
“La primera expresión utilizada es makrothymei. La traducción no es simplemente que « todo lo soporta », porque esa idea está expresada al final del v. 7. El sentido se toma de la traducción griega del Antiguo Testamento, donde dice que Dios es « lento a la ira » (Ex 34,6; Nm 14,18). Se muestra cuando la persona no se deja llevar por los impulsos y evita agredir. Es una cualidad del Dios de la Alianza que convoca a su imitación también dentro de la vida familiar. Los textos en los que Pablo usa este término se deben leer con el trasfondo del Libro de la Sabiduría (cf. 11,23; 12,2.15-18); al mismo tiempo que se alaba la moderación de Dios para dar espacio al arrepentimiento, se insiste en su poder que se manifiesta cuando actúa con misericordia. La paciencia de Dios es ejercicio de la misericordia con el pecador y manifiesta el verdadero poder.” (No. 91)
Conviene destacar igualmente todo el Capítulo VIII “Acompañar, discernir e integrar la fragilidad” (Nos. 291-312) en donde el Obispo de Roma quiere analizar y ofrecer un enfoque nuevo al acompañamiento pastoral de las parejas que se encuentran en dificultades por diversos motivos, pero en especial porque se puede llegar hasta el extremo de la recomposición de la pareja misma, drama de la familia de nuestro tiempo. Destacamos en particular los números finales de este capítulo: “La lógica de la misericordia pastoral” (Nos. 307-312.)
El Papa no quiere presentar una propuesta facilista en su visita a Colombia que reste importancia y disminuya la autenticidad de la exigencia evangélica en el seguimiento del Señor y su Evangelio pero sí postula nuevamente un acompañamiento lleno de misericordia y discernimiento por parte de los pastores para que teniendo en cuenta todos los contextos donde han ocurrido esas historias se acompañe siempre de modo misericordioso a estas parejas y también ellas anuncien la Alegría del Evangelio vivido desde la familia.
Silvio Cajiao, S.J.