Por Ricardo Ávila
Promoción 1977
No es raro que una semana cualquiera en Colombia pueda describirse como atípica. A fin de cuentas, las cosas en el país no siguen siempre el libreto que por lo general es la norma de rigor en otras sociedades.
Sin embargo, en el caso presente, muchos sabían que el ritmo normal de las actividades en el territorio nacional se vería alterado por estos días. El motivo no era otro que la visita del papa Francisco, cuya gira por distintas capitales llevó a millones de personas no solo a hacerse presente en los eventos programados o asistir al paso de la caravana pontificia, sino a seguir en tiempo real el transitar del Vicario de Roma.
Al respecto, las transmisiones de la radio y la televisión se lucieron con un completo cubrimiento. Debido a ello, era usual encontrar oficinas con los televisores que usualmente se utilizan para seguir los eventos deportivos, dedicados a mostrar las imágenes del sucesor de San Pedro en la cita del momento.
Debido a ello, las actividades disminuyeron su intensidad. Es verdad que los mercados siguieron abiertos y que, aparte de los vaivenes de las acciones en la bolsa, los analistas destacaron el fortalecimiento relativo del peso frente al dólar, como consecuencia de circunstancias internacionales.
Al mismo tiempo, las noticias venidas de afuera tuvieron que ver ante todo con la furia de la naturaleza. Tanto el huracán Irma, como el fuerte terremoto que dejó daños considerables en México y Guatemala, sirvieron para recordar que la calma que muchos sintieron internamente no se vio en varias latitudes.
Ese reencuentro con la realidad será inevitable, tan pronto termine la semana y el avión que lleva al papa Francisco despegue con destino a Italia. Para el recuerdo quedarán imágenes imborrables, pero sobre todo las palabras de alguien cuyo mensaje debería servir para atenuar la polarización y la pugnacidad en la arena política. Falta ver, claro, si dicha semilla cae en tierra fértil o no.